Tiene lugar los jueves, de cuatro a siete y media de la tarde.

Los cristianos celebramos con profunda alegría el don del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, regalo que el mismo Señor entregó a su Iglesia durante la última Cena. Nuestra fe nos da la certeza de que el cambio que se opera en el pan y en el vino tras la consagración -por el cual las especies se convierten realmente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo- no es una transformación pasajera ni circunscrita únicamente a la duración de la Santa Misa, sino que es un cambio permanente. Por esta razón, desde tiempos muy antiguos, la Iglesia ha reservado el pan consagrado sobrante de la celebración eucarística, tanto para llevar la comunión a los enfermos como para ser adorado por el pueblo cristiano.

Junto a la celebración la santa Misa, la exposición del Santísimo para su contemplación y adoración por parte de los fieles es una de las expresiones más elevadas de nuestra fe; algo que no se limita a la solemnidad del Corpus Christi, sino que constituye una práctica habitual y vital en la vida de la Iglesia.

En la Eucaristía, nuestro Señor Jesucristo se hace verdaderamente presente y nos espera con paciencia para brindarnos su protección, su consuelo y su amor; por eso, nuestra adoración ante Jesús Sacramentado es una manifestación de fe que trasciende lo que nuestros sentidos corporales pueden percibir.

Por otro lado, la exposición del Santísimo nos ofrece la posibilidad de ser nosotros quienes nos «expongamos» ante la presencia de Dios. De la misma manera que algunos buscan broncear su piel mediante una frecuente exposición al sol, nuestra presencia constante y asidua ante el Jesús-Eucaristía hace aflorar nuestra realidad más profunda ante él y nos va «cristificando» con su poder transformador y sanador; como si se tratara de tratamiento medicinal profundo que, poco a poco, ofrece resultados verificables en el alma.

La Exposición eucarística, que tiene lugar los jueves en nuestro templo, es, sin duda, una de las actividades más fecundas y eficaces de cuantas realizamos en la parroquia. Calladamente, jueves tras jueves, el Santísimo permanece expuesto desde las cuatro hasta las siete y media de la tarde.

Resulta llamativo que muchos adoradores reconozcan que esta es una práctica que «atrae irresistiblemente»: cuando se comienza a dedicar un rato los jueves a la adoración eucarística, se genera una necesidad creciente de regresar cada semana y de prolongar el tiempo de oración. Ciertamente, es sorprendente que una actividad tan sencilla, y sin un fruto inmediato aparente, sea tan valorada por quienes participan en ella. Por eso, participar en este rato de oración es un cauce magnífico de crecimiento cristiano que recomendamos vivamente a todos los miembros de nuestra comunidad.

Nuestro deseo es que todos los fieles de la parroquia cuya salud se lo permita, se acerquen algún momento los jueves, con el objetivo de manifestar, con su presencia y adoración, su amor al Señor y su fe en la presencia real de Cristo en la Eucaristía. Y ello, realizado no sólo con la conciencia clara de que ese tiempo es solo un momento de oración privada ante Jesús, sino también como testimonio de nuestra fe comunitaria y eclesial, así como ocasión privilegiada para interceder por la Iglesia, por las necesidades de nuestra parroquia y por las de cada uno de los que la formamos.

En este sentido, es encomiable la labor que realiza el grupo de adoradores que garantiza la continuidad de la adoración, cubriendo los turnos de una hora. Su generosidad y fidelidad constituyen, verdaderamente, una extraordinaria expresión de comunión eclesial.